viernes, 7 de marzo de 2008

INFANCIA Y MUNDO ACTUAL


Para la mayoría de las personas es difícil, y aún improbable, conseguir empleo. Para los adolescentes y los niños en particular, la percepción de un futuro empleo se ha convertido en una tarea que se vislumbra desde el comienzo como imposible.
Por el trabajo no sólo nos proveemos el alimento, la vestimenta y la vivienda que necesitamos, sino que también debe proveernos los medios para nuestra recreación y el acceso a los bienes culturales... El trabajo posibilita el hacer proyectos y el ganar autonomía. Es un derecho porque responde a una necesidad.

Viviane Forrester, en un trabajo en el que expone un lúcido diagnóstico sobre esta situación aunque no acuerdo con sus conclusiones finales[1], señala que, a la par de esta situación de incertidumbre respecto de las posibilidades de inserción laboral, los valores que se les inculca oficialmente a los jóvenes son únicamente de dos tipos: los de la moral cívica, vinculada con el trabajo y que, por lo tanto no pueden aplicar, y los del consumo, a los que no tienen acceso.
Este es el juego perverso al que los sometemos: el de exigirles lo mismo que no les permitimos. Así, el único camino que realmente ofrecemos es el de la ideología cool[2] disfrazada de posmodernidad.

Tratemos de profundizar un poco más en esta problemática. En la actualidad, un desempleado no sufre una situación transitoria, ocasional, restringida a cierto sector. El desempleo no es producto de una crisis que hay que esperar que pase, sino que es señal de una gran mutación: el paso de la civilización occidental, con su cimiento en el trabajo, a una nueva civilización, cuya característica es la supresión de los puestos de trabajo tal como hoy los concebimos.
La primera llevó a la explotación del hombre por el hombre, a la confusión entre el valor de una persona con su utilidad, y la reducción de este concepto al de rentabilidad: valgo tanto cuanto produzco.
La segunda, aún montada en la idea de valor como rentabilidad, está llevándonos a un modelo centrado en la exclusión: si valgo tanto cuanto produzco y no produzco... ¿Nos terminará arrastrando a formas de explotación que aún no imaginamos, fundadas en el no-valor de los “inútiles”? Pensemos en la reducción a otros a servidumbre, que si bien es un delito podemos encontrar ejemplos casi a la vuelta de cada casa: cuando allanan talleres de costura donde tienen esclavos por cama y comida; en los locales nocturnos donde las prostitutas están bajo un régimen de esclavitud encerradas con muchas o pocas comodidades pero sin libertad para salir; en los puestos de trabajo que, por escasos, se permiten especular con sueldos de hambre... en las parejas que engendran hijos “a pedido” seleccionando aquellos cuyos genes garanticen órganos para sus hermanos o ciertas cualidades físicas.
La negación y la exclusión se han sumado a la tradicional desconfianza que los adultos han sentido siempre frente a los adolescentes: ellos saben bien cuán peligroso es sentarse en grupo en una esquina a comer pizza y tomar cerveza, aunque sean seis los que comparten una única botella, o aún cuando hayan preferido una bebida gaseosa. Ni hablemos de ir a un recital de los Redonditos y acampar durante la noche anterior en las inmediaciones del lugar de encuentro.

¿Qué tiene que ver todo esto con nuestra función docente? Nosotros formamos parte de una institución que se ha legitimado como tal a través de su tarea: la escuela ha sido la puerta de ingreso al mundo cívico y laboral, y el tiempo de permanencia en ella ha sido históricamente el criterio determinante del lugar a ocupar en ese mundo.
Hoy, la mayoría de nuestros alumnos se siente mirando a un futuro sin futuro. La escuela se ha convertido en el lugar a estar frente a la opción de ningún otro lugar. Hoy puede ofrecerles algo frente a la nada. Y, cuando la nada y el no futuro es lo que los niños y adolescentes sienten que tienen por delante, ningún sacrificio o esfuerzo se puede sostener.
El deseo, los proyectos, son –como siempre lo han sido- el motor que nos pone en marcha. Sin deseo ni proyecto, sólo queda lugar para la abulia. Esto es lo que hoy nos está aconteciendo en la escuela, y no hay perspectivas de que pronto vaya a cambiar.
¿Qué nos espera?


Richard Bach, el autor de Juan Salvador Gaviota e Ilusiones -entre otros maravillosos libros- , en el segundo de ellos escribe:

No existe
ningún problema
que no te aporte simultáneamente
un don.

Buscas los problemas
porque necesitas
sus dones.
[3]


Ciertamente, no es sencillo defender esta afirmación ante cualquier problema, pero al menos podemos concederle el considerar que todo problema, por definición, admite algún tipo de solución. Si es así, quizás la razón de que no se encuentre una salida que nos resulte satisfactoria al problema que hemos señalado, radique en un planteo erróneo o insuficiente del mismo... o quizás no nos estemos haciendo ante este problema las preguntas correctas...
Tratemos de comenzar preguntándonos quién es este niño que tenemos delante. Me concentraré en su capacidad de juicio moral y en las características particulares de su modo de vinculación con la sociedad y la cultura.


¿QUÉ ES UN NIÑO?

La conceptualización acerca de la infancia es una construcción histórica. Antes del Siglo XIV no había una clara diferenciación entre los niños y los adultos, ni por la ropa, ni el trabajo. Compartían actividades lúdicas, educacionales y productivas. Tanto es así que si observamos pinturas anteriores a esta época, notaremos que las representaciones del cuerpo de niño guarda las proporciones propias del adulto, lo mismo que sus miradas y gestos remiten a las miradas y gestos de los mayores.
Hacia el Siglo XVII se comienza con una transición hacia la concepción actual de infancia. Las actitudes de los niños son equiparadas a las femeninas, y se considera a ambos como necesitados de protección, en razón de su moral heterónoma[4]. Asimismo, aumenta el interés en la infancia tanto como objeto de estudio como de normalización[5], proceso este último en el cual los protagonistas pasan a ser los pedagogos, y el escenario la escuela.
Ya en el Siglo XX la institución escolar moderna se había consolidado como el dispositivo construido para encerrar a la niñez y a la adolescencia, tanto en forma material –a través de la escolarización obligatoria y de la creciente expansión de las experiencias escolares por sobre el total de la experiencia- como epistémica –en tanto objeto de estudio, el discurso dominante sobre la infancia y la adolescencia es el discurso pedagógico-. El concepto de infancia se reduce al concepto de alumno.
Este nuevo concepto de alumno va a ser heredero de las viejas características del de infante, independientemente de la edad de los mismos: alumno es quien padece heteronomía moral, y por lo tanto es deudor de obediencia; necesita protección; su lugar es el del no-saber frente al docente-adulto-que sabe. Con esto, todo aquel que ocupe el lugar de alumno, debe resignar su autonomía en cuanto a su saber y posicionarse en forma dependiente y heterónoma frente al docente que decide qué enseña, cómo enseña, y para qué enseña. De este modo, la escuela borra los saberes previos de los alumnos a menos que coincidan con lo que ella enseña.
Hacia fines del Siglo XX y comienzos del XXI, nos encontramos en crisis respecto de la definición de infancia, caracterizada por la ruptura de la asociación de infancia a las características de obediencia, dependencia, cuidado. La definición de infancia se polarizó en dos conceptos, que Mariano Narodowsky[6] señala como los de infancia hiperrealizada e infancia desrealizada.
Considera infancia hiperrealizada a la de aquellos niños que realizan su infancia en contacto con los bienes tecnológicos: son niños y adolescentes que usan internet, computadoras, tienen tv por cable, vídeos, juegan con family games. Son niños que no sólo no ocupan el lugar del no-saber, sino que son capaces de un uso de la tecnología más eficiente y creativo que sus mayores, que los ven como “pequeños monstruos” y no se sienten por ellos aquella ternura que despertaba la evidencia de desprotección.
Están acostumbrados a la satisfacción inmediata que les provee esta cultura mediática, por lo que demandan inmediatez. Son poco tolerantes a la frustración, quieren todo YA, les cuesta sostener la atención en el tiempo. En sus vidas, lo único constante ha sido el cambio, y el cambio vertiginoso. Por ello viven la experiencia como algo inservible: la ancianidad ya no es un lugar donde llegar, sino uno al que hay que evitar y disimular... En el Siglo XX ser niño era esperar el ser adulto, y para ello había ceremonias de iniciación: pantalones largos, la primera visita al prostíbulo, la fiesta de los 15, el reloj d oro, el primer sueldo, el servicio militar. Hoy ser niño es apurar la entrada a la adolescencia y permanecer en ella tanto como sea posible.

La infancia desrealizada es la de los niños que viven la independencia y la autonomía, porque viven en la calle, porque trabajan.
Son los chicos y chicas de la noche, que reconstruyeron ciertos códigos que le brindan la autonomía cultural y económica que los hace desrealizarse como infancia. Tampoco inspiran ternura ni deseos de protección; pero lejos de ser mirados con asombro, son rechazados y temidos.
No son obedientes porque no tienen a quién obedecer. No son dependientes porque pelean ellos mismos su sustento y porque construyen en la calle sus propias categorías morales.
Están excluidos de las relaciones de saber, o porque no van a la escuela, o porque van muy poco, o porque ocupan un lugar sin beneficiarse de la estadía. La brecha que los separa de la niñez hiperrealizada es cada vez más amplia, y la exclusión se vuelve estructural. Entonces surge una nueva categoría: la del incorregible. En consecuencia se vé en ellos a futuros adultos dispuestos a todos por nada, y el discurso pedagógico se judicializa: se baja la edad de imputabilidad, se pide pena de muerte para menores... Este cambio de discurso es un reconocimiento del fracaso de las políticas de inclusión.
Necesitamos, como pedagogos, buscar estrategias para ayudar a estos niños a reencontrar su camino a la infancia. Quizás nos convenga comenzar por preguntarnos acerca de la evolución de su desarrollo moral.


EL NIÑO EN LA ESCUELA

Podemos distinguir tres misiones de la escuela. La primera es instruir, la segunda educar y, la más descuidada, socializar.
Para profundizar en su misión de socialización comenzaremos por recordar la existencia de una doble estructuración de la personalidad. Una primera personalidad, que se construye durante la primera infancia, particularmente a través de las identificaciones con los padres y del conflicto edípico. Esta personalidad implica el inconsciente freudiano. A partir de esta personalidad psicofamiliar, y durante toda la vida, el individuo hará proyecciones en el campo de lo social, de modo tal que en su inconsciente la sociedad será vivida por él como una familia, los superiores jerárquicos como padres, y la transgresión a la autoridad como fuente de culpa. Al lado de esta personalidad, existe otra, llamada personalidad psicosocial, que se desarrolla a partir del ejercicio de la apropiación del propio acto.
¿Qué significa ésto ? La socialización es la internalización de las normas y los valores de una sociedad por parte de los jóvenes. Los sociólogos tradicionales tendieron a explicarla como un fenómeno mecánico en el cual la sociedad juega el papel activo, y los individuos el pasivo. Los etnólogos tampoco tuvieron en cuenta al sujeto individual, ya que describieron una socialización en la que los jóvenes internalizan una realidad no objetiva sino ya transfigurada por las fantasías, los deseos y temores. La Psicología, por su parte, nos ha enseñado cómo se producen las relaciones de internalización entre una generación y otra a través de procesos de identificación, que nacen de los vínculos intrafamiliares, y se extiende luego a los otros adultos, sobre todo en la escuela.
¿Cuáles son las dificultades que pueden tener los niños para construir su identidad a través de identificaciones sanas con los adultos?
Desde siempre, los adultos hemos sido los referentes de los niños y adolescentes al ofrecerles una imagen deseada como personas y proyectos de vida, que se constituían en los modelos que ayudaban a configurar el desarrollo de su identidad. Les proveíamos el “hacia dónde” ir y dirigir sus esfuerzos y aspiraciones. El problema es que hoy no somos ni nos sentimos capaces de ofrecer –como sociedad, como grupo de adultos- una imagen deseada. Los niños y adolescentes tienen dificultades para encontrar en la sociedad adulta referentes válidos, y esta dificultad es un obstáculo para la construcción de su identidad. Volveré sobre este punto hacia el final de este artículo, al tratar acerca del proceso de pérdida de ideales en la sociedad actual.

Junto con éste, existe un modo de socialización en el que la relación con la realidad se lleva a cabo sin la intermediación directa de adultos, y que sólo funciona si se desarrolla dentro de un marco social. Generalmente se da dentro de pequeños grupos, como el grupo de clase. Este tipo de agrupamientos crea las condiciones de posibilidad para que los chicos se sientan protagonistas de sus propias acciones y decisiones, al no sentir la mediación de la autoridad de los adultos. Este protagonismo es el que les permite inaugurar el sentimiento de “autoría”, de “ser dueños de sus elecciones y los actos que conllevan”. A este proceso se denomina apropiación del propio acto.
Según Gerard Mendel[14] existe una fuerza antropológica que nos hace considerar a nuestros actos como una continuidad de nuestro ser, lo que explicaría la necesidad de reapropiarnos de esos actos que se ‘nos escapan’.
Justamente lo opuesto a este movimiento de apropiación del acto es la fuerza tradicional de la autoridad que, por pertenecer a los grandes, vincula a ellos la legitimidad del acto.
Cuando la autoridad disminuye, como ocurre en la actualidad, es cuando uno comienza a vislumbrar que el mundo pertenece a todos los que lo hacen, y no solamente a unos pocos privilegiados. Esto demuestra que, de algún modo, hay una relación antagónica entre autoridad y actopoder[15] , aunque ninguno de los términos puede eliminar al otro.

El niño y el adolescente que viven en el medio urbano tienen carencias respecto de las dos formas de socialización, no por la pobreza de oportunidades, sino por estar estimulados por un gran número de informaciones, a veces contradictorias. Viven en un mundo que no les permite descubrir sus recursos y posibilidades, porque los empuja a una hiperrealización o a la desrealización, lo que termina originando falta de confianza sobre su propia capacidad para arreglárselas solo o una excesiva confianza que no condice con sus verdaderas posibilidades de procurarse bienestar a sí mismo.
En síntesis, hay dos formas de estar en la escuela: por un lado, las relaciones interpersonales con el docente, necesarias y sucesoras de las identificaciones parentales; y otra por la cual puede apropiarse de su propio acto, a través de una apropiación colectiva con su grupo de pares.



EL NIÑO EN LA SOCIEDAD. ¿CUÀLES SON LAS CARACTERÍSTICAS DISTINTIVAS DEL MUNDO ACTUAL?

1. GRANDES CAMBIOS ESPACIALES DEL SIGLO XX Y QUE SE ACRECENTARÁN EN EL SIGLO XXI.

El primer cambio está representado por la expansión urbana, cuyo ritmo más acelerado se verificó en los llamados ‘países del Tercer Mundo’. Si bien una de las características más evidentes corresponde a la concentración de la población, es aún mayor el aumento de la superficie ocupada por ciudades, que crece en forma continua. Baste recordar que nuestra tasa de urbanización actual es del 85% y se espera que llegue al 88% hacia el 2025. Esta expansión, al alterar la forma de las ciudades, cambió la noción de ciudad, ya que la continuidad de la trama urbana no nos permite reconocer límites al pasar de una a otra.

El segundo cambio está representado por la expansión de los medios de circulación, comunicación e información. Y es conveniente que aquí nos detengamos. Si bien la expansión de los medios de circulación ha hecho que hoy las personas podamos trasladarnos de un lugar a otro como hace un siglo era impensable, éstos desplazamientos son cada vez menos útiles (recuerde, amigo lector, cómo se suele definir la utilidad actualmente). Y la responsabilidad hay que achacársela a los medios de comunicación que han creado condiciones de instantaneidad tales que han vuelto muchos de estos traslados perfectamente inútiles. Hoy ya existen empresas para las que una simple oficina de coordinación es suficiente, y no son pocas las instituciones educativas que canalizan buena parte de sus tareas a través del aula virtual, internet o el correo electrónico.
Argentina, a pesar de ser un país fracturado económicamente, conserva su característica rápida adopción de tecnologías comunicacionales y culturales, que se generalizan a vastos sectores de la población, aún aquellos que transitan dificultades económicas. Un ejemplo lo constituye la televisión por cable, al que accede la mitad de los televisores.
Por lo antedicho no es superfluo preguntarse si el desarrollo de estas tecnologías no llevará a la profundización de las desigualdades. Las diferencias que hoy se establecen en la escolaridad y los consumos culturales, en la adquisición de capacidades básicas como leer y escribir y en las destrezas para incorporar la cibercultura, tienden a aumentar la desigualdad de oportunidades. La decisión de revertir estas tendencias corresponde, necesariamente, a la iniciativa política. Tampoco es un juego de imaginación frondosa el preguntarse cómo cambiarán nuestras posibilidades de interacción social a partir de nuevos lugares de encuentro (No olvidemos que en Argentina, ya en 1.996, se produjo el primer casamiento de una pareja que se conoció a través de Internet). Volveremos a este tema en el punto siguiente.

Un tercer cambio se introdujo a partir de la llamada conquista del espacio, que ha perdido sus connotaciones románticas para volverse práctica. En la era de la rentabilidad, la aventura hubiese resultado demasiado costosa si no hubiese permitido la explotación del espacio como prolongación de la puesta en red del planeta, a través del lanzamiento a órbita de satélites para la comunicación y la observación.

Según el antropólogo Marc Augé[16] los cambios en la disposición del espacio que se han venido sucediendo durante el siglo XX tienden a lo que denomina deslocalización. El sociólogo Alain Touraine[17] , por su parte, afirma que vivimos entre dos mundos : una economía global mundializada -caracterizada por los rasgos que hemos expuesto- y un mundo en el que buscamos identidades que se vuelven cada vez más defensivas. Al tratar de protegernos de la amenaza de la globalización, que nos vuelve anónimos y aislados, terminamos aferrándonos a cualquier grupo que nos permita un sentimiento de pertenencia, sea étnico, religioso, sexual, etáreo, del barrio... En Argentina, donde tradicionalmente los grupos se integraban a la sociedad total, ésto es un fenómeno relativamente nuevo, pero cuyo nacimiento no podemos ignorar. Quizás sea el único modo de entender el afloramiento de ciertos grupos violentos, la aparición de formas activas de segregación y discriminación, “tribus” adolescentes con características bien diferenciables de las otras y hasta con nombre propio. Su conclusión es que se vuelve imprescindible un esfuerzo de rearticulación de una economía social y una política cultural.
Junto con su concepto de deslocalización, Augé también introduce el de los no lugares para caracterizar algunos de los nuevos espacios contemporáneos que no portan ninguna marca de identidad, no constituyen ninguna sociabilidad, ni son portadores de ninguna historia, por lo que son zonas de anonimato y de soledad. Es el caso de los supermercados, las autopistas, los aeropuertos..., pero también de todas las redes que transmiten instantáneamente la imagen, la voz y los mensajes de un lado a otro de la Tierra.


2. CAMBIOS EN LAS MODALIDADES DE PRODUCCIÓN, DE TRANSMISIÓN Y DE RECEPCIÓN DE LO ESCRITO.

El historiador del libro Henri-Jean Martin afirma que ‘el libro ya no ejerce más el poder que ha sido suyo, ya no es más el amo de nuestros razonamientos o de nuestros sentimientos frente a los nuevos medios de información y de comunicación de los que a partir de ahora disponemos.’’[18] Nos encontramos, evidentemente, frente a una revolución mayor que la provocada por Gütenberg, que transformó a mediados del siglo XV la técnica de reproducción de textos y de producción de libros, sin modificar sus estructuras esenciales. Con la pantalla el cambio es radical ya que son los modos de organización, de estructuración y de consulta de lo escrito lo que se ha modificado. La revolución del texto electrónico es una revolución de la lectura: se lee linealmente pero también en profundidad, hacia “dentro”. Surgen nuevas maneras de leer, nuevos usos de lo escrito... y se requieren nuevas técnicas intelectuales.
El texto electrónico permite al lector anotarlo, copiarlo, desmembrarlo, reordenarlo... convertirse en un original coautor. También le permite anular distancias y acceder a cualquier libro, presente en cualquier lugar -algo así como el sueño de la Biblioteca de Alejandría-.
Esto obliga a tomar conciencia de la necesidad de, por un lado, redefinir ciertas nociones: las literarias de invención, originalidad y singularidad; las jurídicas de copyright, propiedad y derecho de autor; las administrativas de depósito legal y biblioteca nacional; y las bibliotecológicas de catalogación, clasificación, descripción bibliográfica. Por otra parte, nos obliga a reflexionar acerca de los efectos de la transmisión electrónica de los textos sobre la definición del espacio público. Puede acercar comunidades separadas y desvinculadas, puede hacer realidad el sueño de la Ilustración... pero también puede dejar fuera de la participación a los vastos sectores para los que la tecnología sólo es el inaccesible juguete de otros.


3. CAMBIOS ORIGINADOS EN LA BÚSQUEDA DE SOLUCIÓN A LOS MACROPROBLEMAS (que afectan a todo el mundo)

Podemos encontrar cuatro principales macroproblemas en el mundo actual, el primero de los cuales es el problema ecológico. Existe consenso en la comunidad científica en cuanto a que el planeta sufrirá daños irreversibles si no se toman ya medidas drásticas. En pocos años habrá cada vez más gente que respire aire de segunda calidad y beba agua contaminada. ¿Cuál es, entonces, la duda ?
Si tenemos en cuenta que, en caso de tomarse las medidas necesarias, el crecimiento económico de los países del Norte se reducirá a la vez que se verá favorecido el desarrollo del Sur, es fácil entender el por qué han aparecido recientemente en los suplementos económicos de los diarios tantas notas firmadas por economistas internacionales afirmando que el problema del agujero de ozono o de la desaparición de las selvas no son más que exageraciones de antidesarrollistas-antiprogresistas...
Sin embargo, si no se da una urgente solución a la crisis ecológica, el planeta se volverá inhabitable. ¿Lo más probable ? Que, mesa de negociación mediante, se opte por una solución intermedia (solución, en definitiva, a medias).

El segundo macroproblema es el desequilibrio Norte-Sur. El Norte, concentrador de poder, riqueza y cultura. El Sur, de miseria e ignorancia. Y detrás de ello, no sólo una insuficiencia de racionalidad pública asociada con un desfavorable sistema de intercambio con las sociedades desarrolladas, sino sobre todo las relaciones asimétricas -por no decir perversas- entre masa y élite, en la propia sociedad subdesarrollada. Frente a ésto, la asistencia internacional a los países más atrasados del Tercer Mundo tiende a ir abandonando su tradicional papel filantrópico por otro más activo, al tratar de orientarse a contribuir a la transformación de los perfiles sociales, lo que, a la larga, transformaría dicho desequilibrio. A ésto también contribuirían los efectos enunciados en el párrafo anterior.
Uno de los efectos de estos cambios se relaciona con el crecimiento del llamado “tercer sector”, formado por organizaciones civiles. Estas organizaciones, formadas por iniciativa de ciudadanos con su propia opinión y sus propios ideales, se posiciona en un lugar diferente al de la antinomia Estado-Mercado. Son organizaciones civiles no gubernamentales y sin fines de lucro que intentan proponer soluciones a los efectos indeseables de un Estado ajustado y un Mercado cada vez más grande, donde los bienes y servicios son provistos por entidades privadas cuyo fin principal es el lucro. Actúan donde el Estado no logra garantizar la cobertura de las necesidades básicas, y a la lógica del mercado no le interesa hacerlo. Parte de este tercer sector son las cooperadoras de nuestras escuelas y hospitales públicos, el trabajo de los voluntarios, la Cruz Roja y Defensa Civil. Son también una oportunidad de agrupación positiva, necesidad de la que hemos hablado en párrafos precedentes.

El desajuste entre la acelerada internacionalización del mundo y la inexistencia de instituciones internacionales regulatorias apropiadas es el tercer macroproblema. El complejo proceso de globalización, al que contribuyen muchos otros procesos que hemos venido analizando, contrasta con el pobre nivel de su institucionalización. Las instituciones existentes no alcanzan a responder a los mínimos requerimientos en materia de salud, educación, economía, transportes, comunicaciones, seguridad internacional, promoción del desarrollo y defensa del medio ambiente. Además (o por esta razón, como más le guste al lector) se hallan bajo el control de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, con la consecuente inexistencia de una ordenación equitativa de los intereses comunes de la humanidad. Si esto no se soluciona en lo inmediato, los dos macroproblemas enunciados anteriormente no encontrarán tampoco una vía de solución posible.

El último de los macroproblemas que consideraremos es la pérdida de validez de las creencias y valores tradicionales, sin la emergencia de creencias y valores alternativos apropiados. El consumismo occidental es vacío, no tiene respuesta a los desafíos de la vida y ni siquiera es generalizable a todos, ya que presupone exclusivismo. La crisis axiológica ha reducido al hombre a su propia emergencia. Y, no pudiendo concretar su proyecto, lo privó de valor ; y al quitarle valor lo dejó sin dignidad.
En Latinoamérica -Argentina no escapa a ésto- esta crisis se manifiesta de forma particular. Luego de largos tiempos de fuerte influencia, la Iglesia Católica ha perdido su poder, y el lugar va siendo ocupado por sectas. Sin embargo este espacio no es realmente ocupado, sino sólo transitado, ya que a pesar de la fuerte convocatoria que las caracteriza, no llegan a enraizar en la gente. Podríamos hablar de una conducta de ‘deambulación mística’, por ponerle algún nombre a este fenómeno cada vez más común de ir cambiando de grupo religioso, o de participar simultáneamente en varios cultos, a veces antagónicos.
Al analizar esta problemática, Ernest Gellner[19] -catedrático de Antropología Social en Cambridge- sostiene que en el mundo contemporáneo se dan tres posibilidades básicas: el fundamentalismo religioso que cree en una única verdad y se cree en posesión de ella, el relativismo que abjura de la idea de verdad única pero que intenta ver cada concepción como si fuese verdadera, y el racionalismo ilustrado que retiene la fe en la exclusividad de la verdad pero no cree que su posesión sea definitiva y por ello sólo mantiene lealtad con ciertas reglas de procedemiento en su búsqueda.
La idea asociada al término de fundamentalismo es clara: que una fe determinada debe sostenerse firmemente, en forma completa, sin reinterpretaciones ni matices. Presupone que el núcleo de una religión es la doctrina -no el ritual- y por lo tanto sostiene la obediencia absoluta del texto escrito. Los fundamentalismos se entienden mejor por lo que repudian que por lo que aceptan. Es así que muchas veces descubrimos en nuestros adolescentes -y no tanto- esta tendencia por su exagerado rechazo hacia ciertas realidades. Pensemos, por ejemplo, algunas manifestaciones, màs o menos violentas, en contra de las minorías sexuales o raciales, contra el alcohol y el tabaco. Incluso, muchos llegan a considerar pecaminosa aún la simple asistencia a bailes o fiestas. Sin embargo, es incuestionable que ofrece satisfacción psíquica a muchos. ¿Podría usted, amigo lector, explicar por qué, a esta altura de la lectura?
El posmodernismo es un movimiento contemporáneo que, podríamos decir, está de moda. Las ideas de que todo es un “texto”, de que el material básico de estos textos es el significado, de que los significados deben ser “desconstruídos”, de que el concepto de realidad objetiva es sospechoso, forman parte de él. La búsqueda de generalizaciones, al estilo de la Ciencia, se desprecia por “positivista”, de modo que la teoría queda reducida a un conjunto de meditaciones acerca de la “inaccesibilidad del otro y sus significados”. Existe una clara inclinación por el relativismo y un franco rechazo por la idea de una verdad única, objetiva, externa. No es la objetividad ingenua y superficial la que se rechaza, sino la objetividad en sí. La denuncia no es contra la objetividad errónea, sino contra el error cognitivo de creer en la objetividad. Claro que en esta caída al precipicio no se desbarranca sólo el Conocimiento, sino también la Moral. Existe una creencia generalizada acerca de que entre nuestros adolescentes es mucho más frecuente encontrar seguidores de esta vertiente -el relativismo moral- que de la primera, sin embargo se trata de una falacia. A poco de escarbar, detrás de un discurso en el que sostienen que todo está cool, la única lealtad es consigo, todo se justifica por la libertad en las elecciones, nos encontramos con unos verdaderos principistas cada vez que algo los conmueve y compromete.
El racionalismo ilustrado rechaza la absolutización sustantiva característica de los fundamentalismos para absolutizar algunos principios formales -de procedimiento- del conocimiento y de la valoración moral. Heredero de Kant (quien produjo una verdadera revolución al afirmar que si bien no hay posibilidad de afirmar que el mundo tenga que ser así, podemos mostrar que el mundo tiene que aparecer como lo hace si pensamos de cierta forma) sostiene que no hay fuentes o afirmaciones privilegiadas, que todas pueden someterse a examen; que todos los aspectos son separables ya que es completamente lícito preguntarse si las combinaciones no podrían haber sido distintas. Si bien las culturas son “mundos de paquetes globales”, la investigación científica exige la atomización de los datos. La estrategia cognitiva que adopta, consistente en la fragmentación de los datos en elementos y su sujeción a leyes generales, sería la estrategia correcta en cualquier mundo.


4. CAMBIOS EN EL PANORAMA DEMOGRÁFICO ARGENTINO.

Dejemos por un momento el mundo y volvamos a nuestro país. En primer lugar señalaremos que el ritmo de crecimiento de la población argentina fue relativamente lento durante la segunda mitad de este siglo en comparación con el resto de América Latina, y se espera que siga desacelerándose en el futuro. Para ilustrar esta afirmación recordaremos que los 17 millones de habitantes de 1.950 se transformaron en 34 en 1.995, y las especulaciones màs optimistas sostienen que llegarán a 46 y 53 en el 2025 y el 2050, respectivamente. ¿A qué se debe esta lentitud en el aumento de la poblaciòn ? La tasa de natalidad viene descendiendo ininterrumpidamente y se espera que se estabilice alrededor del 13-14 por mil alrededor de mediados del siglo XXI. Esto significa que el promedio de hijos será de 2 niños por mujer (el estricto número para asegurar el reemplazo intergeneracional) si adherimos a la hipótesis más optimista, ya que por debajo de este nivel se agudizaría el proceso de envejecimiento de la población, que también se verá incrementado por el decrecimiento de la tasa de mortalidad.
El segundo factor que incide en los cambios demográficos lo constituye justamente este decrecimiento de la tasa de mortalidad, lo que hará que la esperanza de vida al nacimiento sea de 80 años a mediados de siglo. El envejecimiento demográfico (aumento de la proporción de la población de 60 años o más) es la lógica consecuencia de las dos tendencias que acabamos de señalar, lo que plantea desafíos que no se refieren sólo a los sistemas de previsión social, sino a la infraestructura educativa, sanitaria, habitacional...
Entre los varones jóvenes (15-24 años) seguirá reduciéndose la tasa de actividad y se espera que se prolongue la escolaridad. De hecho, en casi todos los países se está extendiendo la escolaridad obligatoria, y en el caso particular de nuestra provincia de Buenos Aires comprende el Polimodal. Opuesta a esta tendencia, la participación de las mujeres aumentará hasta concentrar el 49% de los puestos de trabajo (hoy el 41%).
Otro aspecto a tener en cuenta es la distribución de la población en hogares y familias. Puede esperarse que en las próximas tres décadas aumenten notablemente las personas que viven solas, se incrementen los hogares con una mujer como cabeza de familia y se acrecienten los hogares no familiares. Consecuentemente, disminuirán los hogares familiares, pero también su tamaño medio.


5. LA PÈRDIDA DE LOS IDEALES EN LA SOCIEDAD.

Cuando unos párrafos atrás nos abocamos a los modos por los cuales los niños y adolescentes construyen su identidad, hice una muy breve referencia al papel que en este proceso cumplimos los adultos, como portadores y transmisores de idealizaciones.
Una idealización es una representación de la realidad (una idea) que provoca adhesión afectiva e identificación. Tienen una importancia capital en el desarrollo de la identidad, en la constitución de la dimensión ética de la persona, que está conformada por dos elementos: la conciencia moral y el ideal del yo.
Llamaremos conciencia moral a aquella que se forma a partir de la apropiación de un sistema de normas, por la asimilación de las reglas y prohibiciones, “los no” que ha ido incorporando desde sus primeros contactos con los padres y los adultos con quienes se ha ido vinculando a lo largo de su vida, para luego ir incorporando y asumiendo otras normas de conducta más propiamente relacionadas a la vida social que a la familiar. La conciencia moral nace a partir de las prohibiciones y sanciones con el objeto de regular la conducta autónoma dentro de cánones socialmente aceptables. Sin embargo, es insuficiente para el desarrollo ético de la persona. Bien sabemos que no se llega a ser bueno simplemente por no hacer cosas malas.
Aquí es donde entra en consideración el segundo elemento: el ideal del yo, que se relaciona con una imagen idealizada de aquello que sentimos que estamos llamados a ser como personas. Es una imagen directriz, ya que orienta y motiva la conducta, al proporcionarnos un proyecto de vida, un hacia dónde ir.
Es en el desarrollo del ideal del yo donde juegan su papel los modelos –de persona y de proyectos de vida- que hemos ido incorporando en el contacto con los adultos. Menudo problema el que se le presenta hoy cuando se encuentran con una sociedad de adultos que no se siente capaz de proponerse como referente válido a imitar y con la cual identificarse.

Las cuatro notas anteriores que caracterizan al mundo y la sociedad actual nos han llevado –directa o indirectamente- a esta pérdida de idealizaciones. Podemos esquematizar estas pérdidas en las siguientes afirmaciones:
· Bajas expectativas respecto de los beneficios que podemos esperar del futuro, lo que constituye un quiebre profundo con lo que sucedía hace apenas una generación atrás, cuando se confiaba en el logro de un progreso tanto individual como social, que inevitablemente iba a llegar. Esta pérdida de confianza en lo que está por venir es fuertemente desmotivadora, ya que al no garantizar obtener algún beneficio del propio sacrificio, le quita fuerza a todo proyecto y deslegitima los argumentos a favor del esfuerzo. Los docentes tenemos ejemplos diarios de esto en cada grupo de clase que atendemos. Y, por supuesto, no es algo que deba restringirse a los adolescentes, sino que podemos observarlo entre nuestros compañeros de trabajo o en cualquier grupo al que tengamos acceso.
· La pérdida de los modelos adultos está íntimamente relacionada, por un lado, con la exposición a través de los medios masivos de comunicación de la debilidad privada de los referentes sociales, y por otro, con la manifestación de la impotencia para el desarrollo de los propios proyectos de vida por parte de los adultos más cercanos. Una característica muy fuertemente arraigada en los argentinos es la de la queja: a todos nos va mal, y a los que les va bien, les va mucho peor de lo que les gustaría y consideran que se merecen. Esto va erosionando las esperanzas de los jóvenes bajo nuestro cuidado como una gota que, imperceptiblemente, a la larga rompe la piedra. Así es como se va realimentando la tendencia a una lectura escéptica de la realidad, basada en la consideración exclusiva de las experiencias de sufrimiento y fracaso. Lo más grave de esto no es la pérdida de modelos, sino que cuando no hay modelos cualquiera puede serlo. Es el caso de los ídolos, categoría en la que puede entrar cualquiera que obtenga el máximo de beneficios con el mínimo esfuerzo, y que conllevan en sí el riesgo de producir identificaciones que amenacen la construcción de una identidad sana.

Nuestro papel como docentes es más que difícil en este contexto. ¿Por dónde comenzar?
En primer lugar, tomando conciencia de que formamos parte de una institución con una tradición fuertemente idealizadora, en una sociedad que atraviesa una profunda crisis de ideales. Si nos mantenemos en el lugar de perfección que se solía asignar al docente, más que un modelo a seguir nos convertiremos en un modelo inquisidor. Hoy ser ejemplar no equivale a ser perfecto, sino a ser una persona íntegra, con sentimientos, conflictos, problemas... y en lucha.
En segundo lugar, debemos abandonar la posición de críticos que como adultos asumimos frente a los ídolos de los niños y adolescentes, y preguntarnos qué tenemos para aprender de ellos. Sería interesante dejar de subestimarlos y comenzar a indagar qué es lo que les provocan, qué valores les proponen, desde qué códigos de lenguaje y estéticos... para poder ayudar eficazmente a nuestros chicos a construir los recursos internos que los alejen del riesgo de las identificaciones peligrosas.
En tercer lugar, debemos tomar conciencia de que la única manera que tienen nuestros alumnos de incorporar los instrumentos que les permitan rechazar una aceptación pasiva y sumisa de los ídolos, a la vez que proponerse modelos más enriquecedores, es desarrollando su capacidad crítica y promoviendo su autonomía. Claro que para eso tendremos que interrogarnos acerca de cuál es el sentido de la vida, y esta quizás sea una cuestión que aún nosotros mismos tengamos pendiente. Hacia aquí deben estar dirigidos nuestros esfuerzos.




[1] Forrester, Viviane, El Horror Económico. Fondo de Cultura Económica. 1.996. Sostiene el fin de la civilización del trabajo. Yo creo, más bien, que se trata del fin del trabajo tal como lo conocemos, pero no del trabajo en tanto tal, así como el paso del modo artesanal de producción a la manufactura no implicó desaparición del mismo, sino cambios sustanciales en los modos de producción, trabajo y empleo.
[2] Indiferente, el todo está bien, nada importa.
[3] Bach, Richard. Ilusiones, Pomaire. 1.977
[4] Acerca de las características de la misma, ver
[5] Proceso por el cual se los inscribe en la norma social, formalizando su moral según el modelo social de adulto autónomo.
[6] Narodowsky, Mariano. Después de clase. Ediciones Novedades Educativas. Bs As. 1999
[7] Piaget, Jean. El criterio moral del niño. 1932
[8] Selman, R. L. Taking another^s perspective. Child Development. 1971.
[9] Estas estrategias son muy útiles para el análisis de los conflictos en los que participan niños, y para ayudarlos a su resolución.
[10] Centro de Investigaciones Antropológicas, Filosóficas y Culturales, organismo asociado al CONICET.
[11] Difabio, H. La capacidad de juicio moral en el adolescente. Revista de Ciencias de la Educación y Formación Docente N° 1. Universidad Nacional de Cuyo. 1990
[12] Formación Doctrinal Universal: define el grado de conocimiento de las verdades de fe –dogmas- evidenciados por el sujeto. Estos dogmas se convierten en parámetros del juicio moral, cuya variabilidad se controla:
· Referencia a un orden moral objetivo, que implica apertura a los valores.
· Referencia implícita o explícita a un fin y el yo libre frente al mismo, lo que significa decisión y responsabilidad.
· Ponderación de las circunstancias.
· Proceso de deliberación y valoración de las situaciones.
[13] El orden objetivo hace referencia a una escala de valores. Toda escala de valores se estructura en torno de un principio ordenador, que remite a una jerarquía. Por ejemplo, según el Realismo, la Escala de Valores Absolutos comprende a los valores honestos (lo bueno) y deleitables (lo bello). No incluye a los valores de utilidad. Esta escala comprende cuatro grados principales:
· Valores infrahumanos: de la sensibilidad (como lo deleitable y el placer) y los vitales (como la salud)
· Valores humanos inframorales: los económicos y relacionados con la prosperidad, los noéticos (de la inteligencia), los estéticos, los sociales, de la voluntad.
· Valores morales
· Valor religioso.
[14] Mendel, Gerard. Sociopsicoanálisis y Educación. UBA y Ed. Novedades Educativas, 1996
[15] El poder que tenemos sobre nuestros propios actos. Tiene un triple aspecto :
· el acto ejerce siempre un poder sobre el entorno del sujeto (se relaciona con las consecuencias de lo que hacemos, deseadas o no);
· el sujeto puede ejercer mayor o menor poder sobre su acto (lo que se vincula con la voluntad y la libertad, y por ello supone en el acto una dimensión ética);
· el mayor o menor poder incide directamente en la motivación del sujeto (lo que explica por què la abulia es uno de los correlatos naturales de la represión sobre la libertad).

[16] Augé, Marc. Los Espacios del Futuro. Edición 50° Aniversario del Diario Clarín. 1.995.
[17] Touraine, Alain. Argentina en el Tercer Milenio. Ed. Planeta. 1.997
[18] Citado por Chartier, Roger en Del libro a la pantalla. Edición del 50° Aniversario del Diario Clarín. 1.995
[19] Gellner, Ernest. Posmodernismo, razón y religión. Ed. Paidós. 1.994

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